¡Qué vergüenza!

Estás como drogado con tanta desinformación hiperinformada y, de pronto, lees un texto, un grito de dolor de un funcionario de prisiones, que te pone ante el espejo y te obliga a reconocer que la derecha no tiene vergüenza, pero la izquierda está perdiendo la dignidad (como muestran las manis de mujeres y pensionistas).

Porque soportar estoicamente esta realidad nauseabunda de un gobierno corrupto que se mueve “sin complejos”, apoyado por un PSOE que, por lo que se está viendo, quizá tenga un grado menos de corrupción, pero apoya al gobierno porque su ayuda mutua puede salvarles a los dos.

Ver a cuatro ministros cantando “Soy el novio de la muerte” en una procesión de Semana Santa, como en los tiempos de Franco, sin que protesten los cristianos, mientras se ríen de la Constitución y el Estado aconfesional.

Tener que soportar a Montoro ofreciendo migajas a los pobres, como cuando éramos niños y el padrino del bautizo nos tiraba calderilla que recogíamos del suelo, mientras recorta inspectores de Hacienda, o los distrae, para favorecer el fraude fiscal.

Sospechar que una universidad pública regala masters, que mucha gente no se puede pagar, a sus políticos patrocinadores (que la financian con nuestro dinero). Despreciando la Ciencia, la Equidad y la Justicia.

O ver como al principio de las vacaciones sube la gasolina burlando la competencia.

¡Qué bajo estamos cayendo! ¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí?

Mientras tanto, los representantes de la izquierda sestean en sus escaños … y el pueblo vaga huérfano de verdaderos dirigentes.

Como dijo Bertolt Brecht: “¡No digamos que es una pena, digamos que es una vergüenza!