Convergencia, la derecha catalana, sitiada por la corrupción y obligada a cambiar de nombre, se declara independentista y sálvese quien pueda.
El PP, la derecha española, asfixiado por la corrupción y a la espera de innumerables procesos judiciales, aprovecha la jugada, acentúa su nacionalismo para conseguir apoyos populares y, para estimular una hoguera de la que piensa sacar partido, azuza a policías, jueces y Rey contra los catalanes: cuanto más agenda política, menos agenda social. La armada mediática se pone las botas.
Pablo Casado, recién presidente del PP. Débil por las divisiones internas de su partido, con problemas legales con un master, con su propia carrera de Derecho y algunos plagios (por ahora) , se hace el fuerte y busca apoyos magnificando el problema de la emigración, en línea con otros políticos europeos de derecha más bien ultra.
No pasa sólo en España. Netanyahu, jefe de gobierno israelí, con cuatro procesos por corrupción a sus espaldas, masacra a los palestinos para que su corrupción pase desapercibida.
Donald Trump, con problemas con todo el mundo, además de con la Justicia, carga contra los emigrantes y enciende hogueras por doquier para dar materia a los medios de propaganda y, en el río revuelto, poder seguir haciendo negocios mas o menos limpios con los rusos y con todo el que se preste.
El caso de Trump es el paradigma de como los hombres de negocios prefieren quitar de enmedio a los políticos para conseguir mayor “libertad de mercado”. El experimento Berlusconi abrió un camino que deja la Democracia hecha unos zorros.
Como dijo Luis Felipe de Orleans y recogió magistralmente Tavernier: Que la fête commence!