Y lloro. Siempre lo hago allí.
Primero me invade la rabia por el futuro que nos robaron. Recuerdo mi infancia chapoteando en la charca putrefacta del nacionalcatolicismo y el tiempo y el esfuerzo que me llevó despojarme de tanta mierda. Pero no puedo cruzar la frontera de Portbou sin acudir a la cita. Tampoco puedo olvidar el medio millón de españoles que cruzaron por La Junquera y Portbou en el invierno de 1939, ni los 100.000 republicanos españoles que tanto sufrieron, en la cercana playa de Argelès-sur-Mer custodiados, en condiciones inhumanas, por soldados marroquíes y senegaleses, por gentileza del gobierno francés.
Después, me reconforta la tumba, en sitio principal, tapizada de todo tipo de exvotos dedicados a este verdadero santo porque es laico, con el buzón siempre repleto de escritos de escolares. La última vez, una pareja de veinteañeros le cantaban al Poeta su Saeta musicada por Serrat.
Hoy no quiero estar allí. Me dolería coincidir con Sánchez y Macron, tránsfugas del socialismo, que visitan al Santo de Collioure para pedirle votos de izquierda.
Me gustaría que, así como la derecha celebra cada año los difuntos con el Tenorio, la izquierda pudiéramos recordar al Poeta con “Este sol de la infancia” de Eusebio Calonge, si es posible, tal como la pusieron en Lavapiés, en La Puerta Estrecha.