Lloran las máscaras

Ha muerto Darío Fo. El juglar del siglo XX. El que sacó el teatro de los Teatros y lo llevó a las plazas, las fábricas y los talleres. El que le quitó el teatro a la burguesía, que se lo había apropiado en el siglo XIX y se lo devolvió al pueblo. El que dejó de representar a la burguesía y le dio el protagonismo al pueblo.

Lo suyo no fue un juego de niños. Su trabajo sufrió censuras y persecuciones policiales y su mujer Franca Rame, parte indisoluble e imprescindible de Darío Fo sufrió secuestro, violación y apaleamiento (un brazo roto) por parte de un grupo de ultraderecha, en los años 70. La “Justicia” italiana consiguió que estos delitos prescribieran.

Recibió el Nobel, pero no consiguió que el jurado le permitiera compartirlo con su otra mitad.

Me considero afortunado porque le vi actuar en dos de sus monólogos: “El primer milagro del niño Jesús” y “Historia de la tigresa y otras historias” en la antigua Sala Olimpia (hoy Valle Inclán). Un recuerdo imborrable. Los miles de registros de un actor que se expresaba en muchos idiomas que no necesitabas entender. El milagro de ver a un actor que con su voz y su cuerpo lo podía expresar todo.

También he tenido la suerte de ver a Petra Martínez representando de forma magistral “La madre pasota” y a ella misma con Juan Margallo en “La madre pasota y cosas nuestras”. Creo que en la Sala Olimpia vi también “Muerte accidental de un anarquista” interpretada por Ángel de Andrés y en otros teatros de Madrid “¡Aquí no paga nadie!”, episodios de (Misterio Bufo) y “Tengamos el sexo en paz” interpretado por Charo López. Todas memorables.

Creo que sus últimas obras no se han visto en España, lamentablemente. Y no consigo comprender que con los episodios de requisa de alimentos protagonizados en Andalucía por Gordillo y Cañamero no se reponga con más frecuencia “¡Aquí no paga nadie!”. Al fin y al cabo es una forma sencilla y económica del reparto de riqueza que no hace el Estado.

La programación del Teatro del Barrio le debe mucho a Darío Fo y Franca Rame. No dudo de que le hará el homenaje que merece.