Se dice que todos los presidentes norteamericanos tienen su guerra. Obama, que comenzó con los mejores augurios pacifistas cuando le fue concedido el Nobel de la Paz al comenzar su mandato (sería un Nobel a las buenas intenciones), no acabará su mandato sin sus guerra particulares. Eso sí, más modernas que las de los presidentes anteriores.
Podríamos hablar de los asesinatos selectivos, como el de Bin Laden que él y su ayudante la Sra. Clinton observaron en directo según la foto aparecida en los medios, que son delitos contemplados en las leyes internacionales, pero ahora hablamos de una guerra de verdad, si es que se puede llamar guerra de verdad a las guerras de bombardeos aéreos.
La guerra de Siria, es de las de ahora, una guerra no declarada en la que cada país participante bombardea donde le parece porque considera que allí está el enemigo. Ahora el enemigo es terrorista y esa calificación la concede el país atacante. El bombardeo de un hospital de Médicos Sin Fronteras por aviones norteamericanos es lógicamente un daño colateral, que es como se llama ahora a las victimas civiles que, en las guerras actuales, suelen ser bastante superiores a las militares. Estos daños colaterales antes se llamaban crímenes de guerra. Picasso inmortalizó el de Guernica.
Pero ahora las guerras tienden a ser económicas, pero no por eso menos mortíferas. Hay otra guerra, más discreta pero que causará muchas más víctimas, en la agenda de Obama: los tratados internacionales de libre comercio. Ayer se aprobó el del Pacífico y están empeñados en aprobar, contra la voluntad de gran parte de la población europeo el TTIP, que es del atlántico norte (el Atlántico sur no existe).
Con estos tratados se pretende poner a las grandes corporaciones por encima de los estados, destruir los derechos laborales y del consumidor (devaluar el control de calidad de los alimentos, por ejemplo) y sacar de la justicia ordinaria a las grandes corporaciones para que los conflictos con los estados se diriman en tribunales privados formados por ellas mismas. Esto es el fin de la democracia y de los derechos del ciudadano y, como se ha visto con la “crisis”, estas medidas causan muchos muertos porque aumenta el número de suicidios y disminuye la esperanza de vida.
En España hay una diferencia de esperanza de vida entre ricos y pobres de entre 7 y 8 años. El crecimiento de la brecha social aumenta esta diferencia.