La religión cristiana, desde siempre, basó su poder en colonizar las mentes: imponer lo que se podía hacer y lo que no, basado en el miedo al “más allá”.
Austrias y Borbones se apoyaron en el ejército (control de los cuerpos) y la religión (control de las mentes –ellos decían almas-). Así se conquistó lo que llamaron “Imperio español”. Los ejércitos avasallaban y las órdenes religiosas mantenían la obediencia de los sometidos basándose en el rito de la confesión (personal y privada), que se extendió en el siglo XIII.
Dicho siglo es, en la Europa Occidental, un punto álgido en el dominio de la Iglesia. El Papa Inocencio III, en un concilio de Letrán, impuso que la población cristiana sólo podía confesar con su párroco y hacerlo, al menos una vez al año, que el párroco debía llevar un registro de los fieles que confesaban y los que no lo hacían, y publicar los nombres de estos en tablillas en la puerta de la iglesia y en voz alta en las misas dominicales. Los que no cumpliesen el precepto debían ser rechazados socialmente por los buenos cristianos.
En el siglo XIX, con la teoría evolucionista de Darwin, la Iglesia pierde influencia y la burguesía cambia de método: el nacionalismo y los medios de comunicación se encargan de esa labor.
Y en el XXI, los más ricos están monopolizando ese control basándose en las redes sociales. Antonio Maíllo, profesor y Coordinador General de IU y Francisco Sierra, catedrático de Teoría de la Comunicación de la Universidad de Sevilla lo explican en Diario.es en “El control de la información: un nuevo imperialismo” que puedes leer aquí. Al menos Elon Musk lo está intentando sin ningún pudor.