Como “Yo, Daniel Blake” y “Sorry We Missed You”, “El viejo roble” transcurre en una población del noreste, la zona minera que va cerrando sus minas y va dejando a la gente sin trabajo y sin dinero. Ya sólo queda un pub, el que da nombre a la película, que antes daba bodas y bautizos y ahora ya solo cerveza.
A ese lugar llegan refugiados de la guerra de Siria y algunos asiduos al pub (ya sabemos quién) no le gustan los emigrantes y quieren convocar acciones contra ellos, pero ya no quedan sitios donde reunirse, todos han cerrado. La parte del restaurante del pub, que ya no se usa, puede ser un lugar para sus propósitos, pero su dueño se niega, conoce a esos personajes.
Y en ese lugar abandonado, ambientado con fotos de los buenos tiempos, está la solución. Una emigrante la ve: una de esas fotos tiene una llamada a la solidaridad. Ahí comienza la colaboración de la mayoría, autóctonos y emigrantes, para compartir lo que tienen. Los ultras lo sabotean.
No cuento el final. Es esperanzadora la solidaridad de la clase trabajadora. Carlos Boyero en El País la critica por didactismo, se ve que no le gusta el cine que cuenta las cosas claras. En la Seminci de Valladolid y en el Festival de Locarno recibió el premio del público. Está claro que mucha gente sabe qué cine se necesita: el que ayuda a comprender sus problemas.
Cómo “El maestro que prometió el mar”, no son las películas que imponen la televisión y el amigo americano y aunque reconocen los méritos de Ken Loach (perfectamente acompañado por Paul Laverty), no las veremos en La Gran Vía.
Pero sí en los Renoir, por ejemplo.
Por cierto, creo que me están atacando el blog. Si no se abre con el enlace, preguntadle a Google por el blog de Antonio Campuzano.