Coronación

Gran Bretaña alardea hoy de su carácter teocrático, donde el Rey es el Jefe del Estado (hereditario) y Gobernador Supremo de la Iglesia de Inglaterra. En tiempos de Franco a esto le decíamos nacional-catolicismo, allí se podría decir nacional-protestantismo, en cualquier caso una monarquía del tiempo de los absolutismos apoyada por la Iglesia y el Ejército, es decir por Dios y las armas.

Por eso, la coronación ha consistido en una ceremonia religiosa con el rey rodeado de obispos con casullas doradas y una manifestación popular con los reyes en carroza de oro, desfile militar de 4.000 soldados, aviación incluida, y muchos miles de policías, para que el pueblo vea y sienta el poder del monarca.

Ceremonias así, se celebraban en la Edad Moderna, en la coronación de los reyes absolutistas, que a veces hacía el Papa y donde nunca faltaba el ejército, porque la legitimidad real siempre se basó en Dios y en las armas.

En las colonias, esto también se hacía con la llegada de nuevos virreyes o gobernadores. En el siglo XVIII, la entrada del nuevo gobernador en Manila estaba regida por un protocolo similar, aunque más sencillo que el de los virreyes de Nueva España (hoy México), por ejemplo, pero la función era la misma: demostrar a la población indígena que ese gobernante representaba al Rey de las Españas y el Poder Divino, porque nunca faltaba la ceremonia religiosa. El mensaje era el mismo que el de las monedas de la dictadura: “Francisco Franco, Caudillo de España por la Gracia de Dios”, así de claro llegó hasta nosotros.

En Manila, en el siglo XVIII, se cuestionaba el coste de la ceremonia y en Gran Bretaña también se ha cuestionado el millón de libras que se estima costará la coronación de una de las personas más ricas del país. Por cierto, en Diario.es, una historiadora estadounidense alude hoy a la contribución del negocio esclavista en la enorme fortuna de la familia real británica.

La pregunta que podemos hacernos es: ¿Qué tiene que ver todo esto con la democracia? ¿Seguimos como en el siglo XVIII?. El Cabrero cantaba una copla con la claridad que acostumbraba y que le costó algún disgusto: “Se murió Miguel Hernández / también mataron a Lorca/ el que manda es el que manda/ lo mismo entonces que ahora”.