Una experiencia de vacunación

Hace unos días recibí una llamada telefónica de la Consejería de Sanidad para fijar mi horario de vacuna para hoy en el Zendal.

He salido con tiempo, porque no conozco la zona, y me ha costado encontrarlo porque no viene en algunos mapas de Google y las calles Fuerzas Armadas y Manuel Fraga Iribarne no me sonaban. Con toda la literatura que ha tenido este supuesto hospital, antes candidato a Ciudad de la Justicia, y con los miles de personas que estamos pasando por allí estos días, pensaba que estaría bien señalizado y me llamó la atención que no tuviera acceso por transporte público. Tampoco estaba señalizado. La primera señal la encontré ya cerca del “mas allá”, tras preguntar al conserje de una “industria” de la zona.

Como salí con bastante antelación, a pesar de algunas vueltas, llegué 20 minutos antes de mi cita y encontré una cola que casi rodeaba el hospital. También es cierto que tuve algún problema para encontrar aparcamiento.

Me puse en la cola y unos metros antes de la puerta me pidieron el DNI y la tarjeta de salud, se lo mostré y me dejaron pasar sin cotejar si estaba citado. Sería por si era negro y sin papeles (?).

Ya dentro del recinto seguía la cola, a modo de procesión, por pasillos laberínticos de paneles provisionales -allí “de obra” sólo parece haber el cascarón- y, como duró bastante el recorrido, pude comprobar, con cierta alarma, que aquello no tenía ninguna pinta de hospital, más bien parecía un almacén improvisado. Los paneles de separación de habitáculos, como en las chozas cubanas, tienen como dos metros y medio de altura y no llegan al techo -será para que corra el aire como en los países tropicales-. Pensé que si enfermaba y me llevaban allí, lo podía dar todo por perdido.

Tras procesionar por varios pasillos llegamos a un punto en que nos dijeron que nos quitásemos abrigos y chaquetas y luego nos indicaron que nos sentásemos en unos habitáculos abiertos al pasillo donde había sillones. En otros del mismo tamaño -clausurados con una cinta que ponía “Ferrovial servicios”- había seis camas con enchufes y conexiones, pareciendo indicar que podrían “servir” como habitaciones. Pensar que estando enfermo te podían colocar ahí, en “pandilla” y con vistas al pasillo, no ayudaba a mantener el ánimo.

Menos mal que, cuando nos sentamos en los sillones que nos indicaron, una amable enfermera nos pinchó limpiamente y sin dolor, de cuatro en cuatro, y nos indicó los síntomas que podía provocar la Moderna y que tomásemos Paracetamol, cada 8 horas, si teníamos molestias.

A continuación, pasamos a “registro unificado de vacunación” y tras “cantar” el número del DNI nos dieron un “informe de vacunación” donde se acredita la fecha de ésta y se nos recuerda que tiene dos dosis y que se nos citará “tras un periodo aproximado de 28 días”.

El personal, tanto el sanitario como el administrativo, muy amable.

Me extrañó que no se tuvo en cuenta la hora de cita y tuve la sensación de que cualquiera puede ir cuando le parezca porque hasta la llegada al “registro”, no se preocuparon por mi nombre. Más me extrañó la casi inexistente señalización para llegar a este nuevo y supuesto “hospital” y pensé que el que no tenga coche va jodido, porque allí sólo se llega en coche. Si que había una larguísima fila de taxis. Y bastante lejos una estación de tren de cercanías. Claro que es sabido que la Presidenta no es muy partidaria del transporte público.

Estos días pasarán por allí miles de personas y no creo que sea buena propaganda para el monumento, porque mucha gente pensará que si enferma y lo meten en ese almacén, será para salir empaquetado.