Las revueltas por el encarcelamiento del rapero -por cierto, mientras Rodrigo Rato salía de la cárcel por buena conducta-, son contadas por el poder y los medios como violencia gratuita de jóvenes que se divierten de esa manera.
Ese planteamiento oculta una violencia institucional que priva a los ciudadanos de derechos fundamentales como techo (deshaucios y carencia de acceso a la vivienda: casas sin gente y gente sin casas) y comida (las colas del hambre que las instituciones ni contemplan). Y, sobre todo, un dato de paro altísimo en los jóvenes que les impide imaginar un futuro y está causando la emigración de los más preparados.
Tenemos un sistema político-económico -no toda la culpa es del virus-, que está aumentando la pobreza, no reconoce, en la práctica, derechos fundamentales y no tiene que extrañarnos que esos jóvenes, que quedan “fuera de juego”, ejerzan una violencia callejera, por cierto, irrelevante con respecto a la institucional, como protesta por las injusticias sociales, ya que el diálogo resulta inútil con unas instituciones caducas en manos de los poderes económicos.
El Presidente del Gobierno y la derecha mienten diciendo que tenemos una democracia plena, porque hace bastantes años que la democracia incipiente que intentó aparecer a la muerte del dictador, se la ha ido cargando el neoliberalismo mientras robaba lo que era de todos con privatizaciones, recortes y fraude fiscal.
No puede haber Democracia con un sistema fiscal en el que el 84% de la recaudación procede de “los de nómina”, el impuesto de sociedades es mucho más suave que el personal, un fraude fiscal enorme (y no investigado), por parte de grandes empresas y fortunas y unas políticas de salvar a los bancos y las grandes empresas, dejando tiradas a las personas. Ahí se ve que quien ejerce el gobierno -“Cracia”- no es “Demos”.
Condenar la violencia callejera y no la institucional es pura hipocresía y, como dice el profesor Torres López, tomarnos por tontos.