El enjuiciamiento a Martín Villa por “delitos de homicidio agravado” que intenta desde hace años la justicia argentina, con arreglo a la Justicia Universal, porque no lo asume la española y la “solidaridad” de los ex-presidentes de gobierno (y algunos ex-ministros) del PP y el PSOE, pone en evidencia la existencia de una clase política basada en las puertas giratorias y el bipartidismo (como en el siglo XIX), enfangada en la corrupción y en pánico por si se revisan episodios oscuros de la inmodélica transición.
Ya sabemos que, como las brujas, en nuestra sociedad no existen las clases, pero ellos se comportan como si tuvieran “conciencia de clase”, curioso.
Un régimen, el del 78, que con más de 40 años ha ido deteriorándose por la enfermedad degenerativa del neoliberalismo. Que se niega a reformar la ley electoral (que tiene más de 40 años), con grandes trampas antidemocráticas como las listas cerradas, la Ley D’Hont y con un reparto de circunscripciones que hacen que un voto de Soria valga como 35 de Madrid.
Con un sistema impositivo radicalmente injusto que parece imposible cambiar porque las empresas del Ibex y las grandes fortunas se niegan a contribuir a los gastos públicos mientras les estamos pagando servicios de enorme coste como los militares que sólo les benefician a ellos y no queda dinero para pagar la educación, la salud y las necesidades básicas de la mayoría de los españoles.
Que se ha resistido 45 años a recuperar los bienes que se incautó Franco y ahí siguen los muertos de las cunetas.
Esta clase política emparentada con la económica, en su obsesión por convertir todo en “negocio”, ha deteriorado los escasos “controles democráticos” que diseñó el nuevo régimen y está gobernando para los más ricos, sumiendo en la precariedad laboral -ahí siguen las reformas laborales, ya ni se habla de cambiarlas-, económica -que no se hable en los medios de las colas del hambre no quiere decir que no existan-, social -el virus ha destapado el deterioro del sistema nacional de salud- y política -ya ni se habla de las leyes mordazas-.
Esta clase política se ha puesto al servicio de las mafias financieras y sus máximos representantes, los ex-jefes de gobierno -sin complejos, como la extrema derecha- saben mejor que nadie que todo lo que deteriore los pilares básicos del Estado -y la Justicia es uno de ellos- abre puertas en los consejos de administración y en las instituciones supranacionales.
Franco murió pero el franquismo sigue vivo.