En el curso 1974-75 yo trabajaba en un colegio de Valdezarza y, en el turno de noche, hacía 2º de 1º en Ciencias de la Información de la Complutense. El curso anterior se había inaugurado la facultad y el plan de estudios y el profesorado eran desastrosos (profes filonazis, por ejemplo). No me presenté a ningún examen. Dijeron que el curso siguiente cambiaría el plan de estudios y me volví a matricular. Cambió pero a peor.
Un compañero trabajaba como guía turístico y ganaba bastante y se compró una cámara de 16 mm de segunda mano. Le convencí de que en la facul estábamos perdiendo el tiempo y nos podíamos poner a hacer una peli para aprender algo. Hice un guión de lo primero que se me ocurrió: una versión porno-política de Caperucita Roja y nos pusimos a ello.
El Lobo era procurador en Cortes y especulador del suelo y fuimos a rodar una escena de su entrada en las Cortes. Era un plano subjetivo de la llegada del procurador en el coche y pasamos una vez para enfocar y otra para grabar y el gris que vigilaba se mosqueó y nos llevó a una comisaría en la trasera de las Cortes.
Como, dado el tema del corto, no teníamos permiso de rodaje y tampoco queríamos dar detalles, dijimos que era una práctica de la Facultad, pero el comisario vio en la hoja del guión Lobo Feroz y lo relacionó con Operación Ogro -Carrero había volado unos meses antes- y se cabreó:
El Comisario (o lo que fuera): (Muy enfadado) ¿Usted se ha creído que me va a engañar a mi? ¡Yo tengo una carrera universitaria!.
Yo pensé: No me lo puedo creer.
Comisario: ¡Bajarlos al calabozo! ¡A ver si se les refresca la memoria! … ¡Incomunicaos!
Mientras nos bajaban al sótano por la estrecha escalera de caracol, empecé a tararear inconscientemente (bajito, creo que nadie lo oyó) “El preso número 9” de Joan Baez. Corté rápido, porque era nerviosismo pero no quería que pensaran que era cachondeo.
La comisaría estaba en obras. Mi celda no tenía luz. Apenas entraba por la rejilla de la puerta un reflejo de la escasa luz del pasillo. Me habían quitado las gafas, el cinturón, los cordones de los zapatos … y se habían quedado con todo lo que llevábamos en los bolsillos. Incluso la agenda.
Encerrado, sólo y sin luz, por hacer algo, empecé a tararear algunas canciones: Joan Baez, Jara, Paco Ibañez, Viglietti, Quilapayún … era lo que sabía, pero no me parecieron adecuadas.
Para el franquismo, el folk, aunque fuera el americano, era considerado de izquierdas y nos servía de ayuda. Por eso me habían echado de Radio Torrelavega. Pero no había otra cosa.