Sobre la crisis de las izquierdas

Alberto San Juan escribe en eldiario.es un magnífico artículo desmontando la operación de Errejón con un razonamiento muy sencillo. Los planteamientos de izquierda tienen que ser colectivos y el de Errejón no vale porque es de él. Algo parecido se podría decir de Manuela Carmena.

En el mismo diario, Alberto Garzón escribe otro reclamando una democracia participativa, en la que los cargos elegidos por el pueblo puedan ser revocados por el mismo. Y dice: “En momentos como estos es cuando es absolutamente crucial la preservación de las organizaciones populares y de izquierdas”, pero Izquierda Unida no da ejemplo, porque hace mucho que no se ven sus banderas en las manifestaciones, porque el biombo mediático, el silenciamiento que sufre por parte de los grandes medios de comunicación, no lo combaten con la creación de situaciones que generen debate popular.

Las organizaciones populares de izquierda sólo funcionan si debaten y participan en la cosa pública. Las organizaciones de derechas ya tienen bastante con el fútbol. En la Grecia clásica, ciudadanos eran los que participaban de la cosa pública y los que no lo hacían eran denominados idiotas (aún no era un insulto, pero era un término poco favorable).

La izquierda tiene que reeducar a sus miembros, porque la cultura del consumo de masas ha conseguido convertir a los ciudadanos en consumidores y la izquierda tiene que transformar a los “idiotas” en ciudadanos conscientes de sus derechos y dispuestos a reclamarlos.

Alberto Garzón habla en muchos de sus escritos recientes en la necesidad de que la izquierda participe en las organizaciones populares, pero no lo hace. La mayor parte de las asociaciones vecinales están dormidas políticamente, organizando talleres de yoga y bailes de salón. Los centros culturales de Madrid andan parecido.

La creación de ateneos y foros populares es una necesidad fundamental para una verdadera regeneración democrática que nos convierta en ciudadanos conscientes de que estamos perdiendo derechos y debemos reclamarlos. Los derechos ciudadanos nunca fueron un regalo, siempre una conquista.