En primer lugar porque Rajoy ha dicho “Hoy todos somos franceses” y, como decía mi abuela, yo con Rajoy “ni a apañar duros”. Pero tengo muchas otras razones.
Francia tiene un pasado imperialista en el que uno de sus últimos episodios fue la guerra de Argelia, que Gillo Pontecorvo retrató con toda su crueldad y dramatismo en “La batalla de Argel”.
Francia, como todos los países, tiene ricos y pobres, explotadores y explotados. Los primeros suelen vivir en París y los segundos en las “banlieues”, que es como llaman a las periferias. Hace diez años, del 27 de octubre al 17 de noviembre de 2005, ardieron las “banlieues” parisinas, en parte por las políticas económicas que marginaron a los emigrantes en guetos y en parte por las políticas represivas de Sarkozy cuando era ministro del Interior. Ese terrorismo artesanal, aunque a otra escala, tiene causas similares al que la carnicería de hace dos días: la desesperación.
En Francia hay un partido ultraderechista muy potente (muy votado), que es contrario a las políticas de integración de emigrantes y el Jefe de Estado francés, Hollande, y el Jefe de Gobierno, Valls, ambos del Partido Socialista, están aplicando las políticas económicas excluyentes que apadrina Merkel y el Jefe de Gobierno, incluso, ha adoptado medidas que eran propuestas por el partido de Le Pen. Los terroristas son franceses aunque tengan procedencia extranjera: franceses pobres y, por tanto, excluídos.
Francia, como EEUU, Inglaterra, Israel y otros, hace poco ha bombardeado Siria y el presidente Hollande es uno de los líderes que más ha apoyado la intervención militar. Tendríamos que preguntarnos por qué Francia se mete en ese lío. Francia tiene el ejército más grande de la Unión Europea, aunque ni es el país más rico, ni el más grande, ni el más poblado. Francia es el cuarto país en exportación de armas, después de EEUU, Gran Bretaña y Rusia. Quizá porque tiene dos grandes corporaciones armamentísticas: Dassault (aviones de caza Mirage, por ejemplo) y Lagardère (Segunda posición mundial en industria aeroespacial, aeronaútica y defensa) y entre las dos controlan el 80% de los medios de comunicación franceses. La industria relacionada con la energía atómica también es una de las primeras del mundo.
Este terrorismo no es religioso, es social y económico.
Todas estas razones, no justifican el terrorismo, pero son suficientes para que yo no quiera ser francés, ni me sume al coro de plañideras que tratan de formar los verdaderos causantes de la tragedia.
Yo tampoco soy francés ni quiero ser cómplice de las respuestas (políticas, económicas y antisociales… ) inhumanas y deshumanizadoras que estos atentados van a traer como larguísima cola. Solo pienso en la situación de tantísimos seres humanos a la deriva, en los clarísimos culpables de semejante situación y me apunto a lo que cantaba Mercedes Sosa:
«¿Quién dijo que todo está perdido?
Yo vengo a ofrecer mi corazón».
Brillante análisis Antonio, comparto tu planteamiento. Curiosamente no he escuchado nada parecido en los medios de comunicación de las grandes corporaciones.